Imagino que la capacidad para conseguir disfrutar de su soledad sin tener en cuenta el mundo que se desarrolla a su alrededor. Para conseguir ese propósito se debe contar con el detalle indispensable de la impermeabilidad. Una barrera infranqueable tejida y urdida por la sucesión de amaneceres vividos con inteligencia.
La mejor soledad, la que se saborea pasándose la lengua con deleite por el paladar como si se tratara del mejor coñac, es la que se disfruta estando acompañado. Y como es difícil separar lo imaginado de la realidad, para no ser menos, se disfruta con la sensualidad de quien se sabe acariciado por una mano desconocida. Es una sensación tan perturbadora y erótica que consigue ser adictiva.
«Siento la calidez de unos labios rozándome la ingle mientras que la otra arde en deseos de que sea su turno. La piel me grita. Se trata del grito de la piel».
Texto: Fragmento de "Corazón al rojo" en pleno proceso de creación.
Mil gracias a #fabiolarubio por su gran generosidad al cederme uno de sus dibujos para la portada.
Mi tía Ada era una mujer silenciosa, de las que
no entorpecía la voz de su pensamiento porque era la única que escuchaba.
Siempre vestida de negro.
Se casó joven con el hombre que amaba. Vivió
cada uno de sus días pendiente de él. Y él se comportaba como un tirano de su
tiempo, de sus horas.
Ada lavaba su camisa blanca a mano con la
paciencia que da la adoración, más que el propio amor. Yo la observaba
asombrada, porque me parecía un ritual. Una especie de rito que solo estaba a
su alcance.
Cuando la tendía, acariciaba esa tela como si
fuera el ser más hermoso de la creación, pero eso no era lo mejor. Ada era
capaz de permanecer horas agitando el aire con un pañuelo blanco para que
ningún bichito rozara ese blanco celestial.
Una mañana salió para ir al colmado de la
esquina. Dejó a su amado sentado en el patio a la sombra fresca del limonero
que perfumaba sus vidas.
No tardó mucho en regresar, pero cuando lo
hizo, descubrió espantada que tanto su esposo como el limonero habían desaparecido.
Un gran estruendo los devoró. De su vida solo quedó un pequeño y difuso cráter.
No tuvo hijos. Nunca más se casó. Imagino que
vivió en ese silencio para no perder ningún recuerdo.
Siempre ha sido una desconocida para mí. Un
enigma.
El enigma de mi vida.
No guardaba ningún parecido con su única
hermana, María del Pilar, que era mi madre. Ni tan siquiera en el aspecto
físico, porque mi tía Ada era una mujer menuda, y quizás, por guardarse tanto
para sí misma, fuera la verdadera razón por la que le impidió a su propio
cuerpo que se desarrollara como quisiera.
Hoy me he enterado que falleció hace unos días.
Se ha muerto con noventa y cuatro años.
Llega toda una vida tarde a su propia muerte.
El tiempo me dirá si la echo de menos. Todavía
no lo sé porque siempre ha estado ausente y eso a pesar de que por edad era la
más cercana a mí, ya que tan solo nos separaban doce años de diferencia.
No es mucho si lo medimos con coherencia, pero no
debo olvidar un pequeño matiz muy importante y es que mi tía Ada nunca
pareció un ser de este mundo.
Acabo de descubrir que nada es real de todo lo que he
creído saber en mi vida, que todo lo que percibimos como nuestra realidad, es
una mera ilusión. Y que la verdad, (que si fuera una persona no podría ser más
cruel y esquiva), es tan relativa como el mismo tiempo. Un tiempo que a su vez
clama por una existencia en el amanecer de un mundo cuántico que lo impugna. Y
lo niega tres veces: en su rostro del pasado, en el del futuro y en un presente
tan desconcertante y distópico que parece extraído de una de esas películas de
ciencia ficción de serie B de los años cincuenta que tanto me gustan. Como, por
ejemplo, para centrarnos un poco y hacernos una idea, me valdrían títulos como:
«El hombre de la cuarta dimensión» o, en su defecto, «El monstruo sin rostro».
La cuestión importante es: ¿he sido una mujer creyente? Si
me realizara y validara mi propia escala Likert, con sus cinco ítems
correspondientes para evaluar mi grado de fe, no sudaría mucho para llegar a la
conclusión de que no. No he sido una mujer creyente. He sido una mujer de
creencias. Toda yo. Desde la cabeza hasta los pies, pasando por todos mis
chacras.
La siguiente cuestión sería: ¿mi rotundidad la ha producido
el miedo? ¿He sufrido del clásico síndrome del cobarde que es ciego porque no
quiere ver? O, por el contrario… ¿he sido de las que alimenta y se somete a
creencia tras creencia impuesta por un entorno que se ha prestado gustoso a
«hacerme una cama» en la que he retozado como si me bañara en mi propia salsa?
Preguntas complicadas para una respuesta sencilla. A todo
lo anterior añado un profundo sí. He sido todo eso y más.
Es evidente que me expreso en pasado. En un pretérito que
más oscuro y secreto no me podría parecer hasta que recibí la llamada. Y no me refiero
a una llamada cargada de misticismo o a una epifanía. Me refiero a una llamada
de teléfono de mi sobrina Mía que cambió mi vida por completo.
Como decía la gran Virginia Wolf: «Estoy enraizada, pero
fluyo».
Hablando de raíces y de fluir, no existe mayor placer que
conocer las historias ocultas que se pueden esconder en la corteza de un árbol…
Extracto de mi nueva novela: "Hija de la tormenta"
En esta entrevista hablo de mis orígenes, mi obra y muchos de mis puntos de vista sobre la vida, y del papel tan importante e imprescindible que supone la existencia de El Placer de Divagar para mí.
Quiero dar las gracias a Silvia Antón por invitarme a participar de un proyecto tan bonito. Todo esfuerzo es poco para fomentar la cultura en todas sus formas de creatividad.
Desde aquí os invito a seguirla, porque considero que merece toda nuestra atención y apoyo.
Einstein, que era un genio, le escribió una carta de amor a su hija Lieserl, y fue capaz de describir el amor de una manera en la que solo alguien como él podría hacerlo:
"Hay una fuerza extremadamente poderosa para la que hasta ahora la ciencia no ha encontrado una explicación formal. Es una fuerza que incluye y gobierna a todas las otras. Esta fuerza universal es el amor"
Cómo se podría decir más claro y sin lugar a dudas?
Así que por esta y por muchas razones más, este año deseo celebrar el #DíaDelLibro como mejor puedo hacerlo, compartiendo con vosotros a través de mi poesía lo que significa el amor para mí.
Inicio este pequeño festival de emoción con mi querido amigo @maquilladorcurioso, Manuel Andrade.