UN PEQUEÑO RELATO. 24...LA PUERTA.
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FOTO: JUAN MANUEL MOLINA |
La fuerza de la Bestia
reside en la Sombra,
que la nutre
y a la vez,
confabula su propio desdeño.
reside en la Sombra,
que la nutre
y a la vez,
confabula su propio desdeño.
“Uno a uno, ladrillo a
ladrillo sin protección, con sus huesudas manos descubiertas; sin importarle
los pequeños arañazos que le producía cogerlos. Uno a uno, fue colocándolos en
el espacio abierto. Sin un momento de duda, uno detrás de otro. La eclipsada Sombra no cejaba en su empeño.
Cada ladrillo tenía un
significado, un pensamiento; un sentimiento de lucha baldía. Tan solo una
intención, que no es otra que la de encerrar a la bestia, negándole cualquier
contacto con el mundo exterior.
Necesitaba crear una
puerta que no tuviera destino. Un sellado real, ante la vida... ante el dolor.
Mientras la Bestia,
salvaje por vocación, se limitaba a acariciar las paredes con sus zarpas.
Paredes descarnadas, que permitían a sus propias entrañas emerger a la luz, regando
todo el suelo con su propio despojo.
De vez en cuando
entornaba los ojos, para luego proseguir su peregrinaje entre los recovecos de
la estructura. De algún recóndito lugar de su mente una frase luchaba por
emerger dentro del caos...
"Para que algo se
arregle, primero se tiene que romper del todo", se repetía una y otra vez.
Y la Sombra continuaba sin descanso hasta que con un gran esfuerzo llegó
al final. Tan solo consintió en dejar un pequeño espacio, una especie de
tragaluz por el que pudieran penetrar en la estancia apenas tres rayos de sol
robados a un día soleado.
Ante tal situación, en
un momento de desesperación, la Bestia arremetió con fuerza contra las paredes.
Intentó saltar lo más alto que pudo para conseguir tocar el techo en un intento
inútil de poder escapar.
Cada vez caía con más
fuerza contra el suelo
Su respiración era
jadeante...
Parecía que dentro de
sí empezaba a tomar conciencia de que no había salida.
Con desesperación se
arrodilló en el centro de la habitación; mientras se balanceaba de un lado a
otro y acompañaba su movimiento con un lastimero lamento. La Sombra la observaba pesarosa desde el pequeño tragaluz y no pudo
reprimir que una lágrima surcara su faz con su errático recorrido.
En un determinado momento, la Bestia se quedó quieta, terriblemente estática. La única vida la tenían sus ojos, tenía la mirada totalmente concentrada en los ojos de Sombra. Ni un parpadeo, tan sólo su respiración.
Hasta que de un salto, se puso en pie y comenzó a avanzar hacia la puerta tabicada. Se detuvo delante de ella con las dos manos apoyadas en los laterales.
Podía sentir el latido
de Sombra, su olor...
Cada vez gemía más y
más fuerte.
Retrocedió unos pasos
para coger fuerza y con todo el ímpetu que pudo, arremetió contra la puerta
bloqueada. El impacto fue tan brutal que la tiró al suelo con el retroceso
sobre los escombros. Una y otra vez, atacó a los ladrillos que empezaron a
ceder ante su fuerza, resquebrajándose como el cristal más fino. Llegando al
fin a desintegrarse totalmente.
La Bestia permanecía
tumbada en el suelo...
La había tirado su
propia fuerza con la inercia del último empujón. Herida, sangrante, hizo un
último intento y como pudo se puso en pie. Tambaleándose por la debilidad, miró
de frente a Sombra que en ese momento estaba cerrando los
ojos. Sin dudarlo comenzó a caminar cada vez más deprisa, hasta que empezó a
correr y de un salto se introdujo en su interior.
Sombra cayó al suelo como una suave hoja vencida. Se retorcía, entre
espasmos incontrolables; mientras intentaba controlar a la Bestia, que estaba
arañando espacios en sus entrañas. Pudo ver desde el ángulo que tenía desde el
suelo el efecto devastador de la Bestia.
—No hay puerta en toda
la tierra capaz de encerrar una fuerza como la tuya —pensó resignada.
Diana se incorporó de un salto en la
cama. Estaba totalmente empapada de sudor. Flexionó las rodillas e introdujo la
cabeza entre ellas. Tenía sus manos en el interior del propio arco que ella
misma había creado.
No podía parar de llorar.
Había sido una pesadilla real, tan
real que casi no podía controlar el temblor de sus manos.
Al cabo del rato, cuando por fin se
apagaron los sollozos, levantó la cabeza y dirigió la mirada hacia la puerta de
la habitación.
Estaba cerrada.
Ella era la responsable de que
estuviera así. Por temor al dolor había decidido aislarse de todo y, por
primera vez en mucho tiempo, sintió que eso no la llevaba a ninguna parte.
Lo único que había conseguido era
alimentar y fortalecer a su propia Bestia interior. Permitiendo que Sombra, su espíritu de voluntad,
estuviera expuesta al sacrificio.
Con un gesto rápido se secó los ojos
y apartó las sabanas. Se puso de pie y se dirigió hacia la puerta.
Con el pomo entre sus dedos, se
quedó quieta un segundo. Algo en su gesto cambió, la huella de la determinación
fue ganando paulatinamente milímetros en su expresión.
—El valor inherente a una puerta, es
que siempre se puede abrir. No sé hacia donde voy, pero no quiero tener miedo.
Debo cruzarla —pensó, a la vez que empezaba a caminar.
Observó que la vida había continuado sin ella
y eso era
algo que no se podía repetir. Un
cálido sentimiento le embargó el corazón.
¿Sería ESPERANZA?...

Inquietante pero esperanzador relato. Siempre me admirará tu comprometida sensibilidad.
ResponderEliminarTodos tenemos esa bestia dentro, no hay que encerrarla hay que domesticarla...
ResponderEliminarMe encanta!
Besitos mi killa linda
Sensacional. Con tu literatura arrancas al lector esos miedos enquistados.
ResponderEliminarComo siempre; te sigo.
Que tenga cuidado.
ResponderEliminarLas puertas son muros para protegernos.
Besos.
Realmente bonito
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