UN PEQUEÑO RELATO.18...REFLEJO...
Un sinfín de
diminutos haces de luna se balanceaban sutilmente sobre la densa niebla
blanquecina, acariciando con su danza, el visible velo que ansiaba posarse
sobre la superficie nocturna.
Poco a poco, Alisa fue despertando de su
letargo. Su cabello formaba un pequeño mar de ondas cobrizas sobre el suelo,
provocando que su nívea piel resplandeciera en contraste con la moqueta azul.
Todavía con los ojos cerrados, como
presos en una línea sin fin de tupidas pestañas, notó que esta vez
era diferente. Sentía un peso excesivo en sus brazos y en sus largas
piernas. Percibía la sensación de estar húmeda. Movió lentamente los dedos y
sintió que chapoteaban en un líquido viscoso y caliente.
Abrió los ojos de golpe y se
incorporó.
Su desnudez era un reclamo para los
reflejos y sombras en aquella habitación. La envolvían
casi queriendo acariciarla.
Así, en la penumbra, pudo comprobar que
estaba sola. Al mirar sus manos y su cuerpo, descubrió que estaba cubierta de
sangre. Se llevó las manos a la cara apesadumbrada. No conseguía recordar
nada. Cada vez que despertaba de una crisis la angustia era mayor y era una
sensación que empeoraba por momentos al no ser capaz de retener ningún
recuerdo.
Entonces, el pánico se apoderó de ella.
Pablo entró en la sórdida habitación del
hotel sin poder dejar de lamentarse, porque se estaba acostumbrando a este tipo
de avisos. Tener a un asesino en serie suelto por la ciudad le estaba quitando
el sueño. Cuando llegó, se encontró con la misma cruel escena de siempre. El
cadáver tendido en la cama, atado de manos y pies, con los ojos cerrados
y amordazado.
Muy a su pesar, se fijó en que esta vez
se había ensañado de más. Tenía el pecho totalmente abierto, salvajemente
desgarrado. Al acercarse más, notó que le habían robado el corazón.
Había sangre por todas partes.
Se pasó la mano por el pelo con
cansancio. Habían agotado todas las posibilidades. No conseguían dar con él.
Y en ese momento justo, sonó
su teléfono móvil...
—Cariño, lo siento. Sé que estás
ocupado... —susurró su mujer, Alisa.
—Dime, no te preocupes... ¿Qué te pasa?
—preguntó preocupado.
—He vuelto a tener otra crisis... ¿Puedes venir? —le suplicó.
—Voy para allá... —y colgó sin esperar respuesta.
—He vuelto a tener otra crisis... ¿Puedes venir? —le suplicó.
—Voy para allá... —y colgó sin esperar respuesta.
No fue consciente del tiempo que tardó
en llegar, ni de cuantas infracciones de tráfico fue capaz de hacer. Nada
importaba, porque estaba totalmente desquiciado por la preocupación. Solo logró
tragar saliva cuando cruzó el portal de su casa; pero esta situación duró hasta
que se enfrentó a la imagen de la puerta entreabierta de su piso.
En ese momento, contuvo la respiración
mientras la empujaba con suavidad para conseguir abrirla.
Sin dudarlo sacó el arma y la amartilló,
mientras caminaba despacio, intentando no hacer ningún ruido al apartar con la
punta de las botas todo lo que estaba esparcido por el suelo para no
tropezar.
Entró en su habitación y se tuvo que
esforzar para que sus ojos se acostumbraran a la penumbra.
Mientras tanto, Alisa permanecía
inmóvil justo al pie de la cama totalmente desnuda.
Pablo se quedó paralizado cuando al fin
pudo recorrer lentamente su imagen y se dio cuenta de que estaba cubierta de
sangre. Tenía totalmente revuelta su larga cabellera. Los haces de luna
resaltaban la belleza de sus formas.
Pablo se quedó petrificado ante la
profundidad de su mirada. Sus ojos tenían un brillo siniestro y espeluznante,
ni siquiera pestañeaba.
Alisa se mantuvo sin moverse durante un
rato que a Pablo le pareció eterno, hasta que extendió su mano derecha
hacia él. La tenía abierta con la palma hacia arriba mientras que sujetaba un
sangrante corazón. Gota a gota iba formando un pequeño espejo granate en el
suelo, que al caer, gota a gota, recreaba unas pequeñas ondas expansivas de las
que emergía una imagen abstracta de la noche.
Pablo no podía ni tragar su propia
saliva, mientras su mirada se detenía en esa mano para, a continuación, hacerlo
de nuevo en sus ojos.
Silencio. Silencio espectral y
atronador.
—Mátame... —suplicó con un susurro casi imperceptible, mientras Pablo era incapaz de articular palabra, ni de hacer un solo gesto.
— ¡¡Mátame!!... —gritó de nuevo Alisa,
pero esta vez, con un sonido gutural y primario capaz de helarle la sangre, al
mismo tiempo que se acercaba a él paso a paso.
Beatriz Cáceres.
Me alegra mucho volver a leerte, mi niña, siempre es un placer estar entre tus letras.
ResponderEliminarUn beso enorme.
Buen relato Beatriz.
ResponderEliminarMe gusta volver a leerte.
Besos.
¡Que fuerte! Descubrir que tu enamorada es la asesina en serie.
ResponderEliminarMuy bueno.
Un abrazo
mierda qué momento, me encanto tu relato y ese instante final que no deja terminar el cuento, un beso
ResponderEliminarExcelente, con un final no esperado... relato cruel, pero tiene un dejo romántico. Muy buena la prosa, Beatriz. Un encanto haberte leído. Tu pluma siempre acaricia con tus palabras.
ResponderEliminarUn beso enorme.
si,fuerte,inesperado.Soy romántica y pense que por el comienzo había algo de ello.Así son las tramas.Me gustó.
ResponderEliminarUna vez más, Bravo!
ResponderEliminarGracias amigo.
Eliminarun abrazo.