UN PEQUEÑO RELATO...25. ¿LO IMPOSIBLE?.
Basado en la historia real de un pueblo. Viganella está situado en la
profundidad de un valle al pie de la montaña Scagiolla, en los Alpes italianos.
Durante ochenta y tres días no pueden recibir ni un sólo rayo de sol. Así que
idearon colocar un gran espejo en la loma de la montaña, para que por lo menos
llegara el sol hasta la plaza de pueblo...
La virtud de lo divino,
reside en el reflejo
de su propio ser
desposeído de toda arrogancia.
—Lo voy a conseguir —pensó Antonello,
mientras su mirada se dirigía hacia el horizonte.
A sus pies, se abría un valle profundo.
Las laderas totalmente esculpidas por una generosa vegetación, le daba el
aspecto de ser una marea verde, cuyas crestas de los árboles mecían el sonido
del viento.
Justo en el fondo, cuando la mirada
parecía que se iba a perder en un abismo, estaba el pueblo. Desde
su altura, las casas simulaban pequeños montículos de nieve caídos desde lo más
alto de las cumbres de las montañas. Estas dominaban el entorno con
majestuosidad, erguidas, orgullosas, como siendo conscientes de su pétrea
existencia. Y no era para menos, ya que se trataba de los Alpes.
Antonello sonrió y centró la vista en el
cielo, permitiendo que los rayos suaves del sol de noviembre le acariciaran la
cara.
—Mañana a esta hora, te sorprenderé
—susurró, a la vez que cargaba con la caja de herramientas y se dirigía hacia
la base de la estructura.
Anna acababa de llegar a la pequeña
panadería del pueblo. Casi no podía respirar por la cantidad de ropa que
llevaba puesta. Cerró la puerta al entrar,
y una mirada de pesar recorrió su expresión. Al otro lado del cristal se
podía ver la oscuridad durante el día. Los habitantes del pueblo caminaban
cabizbajos inmersos en sus problemas.
El musgo recorría los entresijos entre
los adoquines, subía por las paredes de las casas hacia los techos, parecía que
nada podía frenar su avance. Crecía y se multiplicaba sin parar, cobijado por
una sombra tan intensa que se había adueñado de la atmósfera. Durante ochenta y
tres días no podían disfrutar de los rayos de sol. Ninguno era capaz de llegar
hasta el fondo de aquel valle.
Se quitó el abrigo y la bufanda y se
puso el delantal. Un día más en la misma situación. No podía entender como un
sitio tan hermoso pudiera parecer estar bloqueado por el tiempo. Las horas
corrían una tras otra, impulsadas por las manecillas del reloj. Un reloj que
permanecía escondido en la penumbra de un cajón.
Anna terminó la jornada. Se volvió a
poner el abrigo y salió al exterior. Se detuvo un instante para mirar el cielo
nocturno. La luna esa noche parecía todavía más lejana, si cabe. Agachó la cabeza
y comenzó a caminar, ya que temía resbalar, porque el suelo a esas horas se
convertía en una superficie totalmente deslizante.
Antonello, por su parte, decidió pasar
la noche en la montaña. Presentía que iba a ser muy larga. Se metió en el saco
de dormir casi abrazándose a sí mismo. La tela de la tienda de campaña apenas
podía retener el frío del exterior, pero sentía una cálida y reconfortante
sensación en su interior.
El amanecer en el lateral de la colina
del monte Scagiolla era excepcionalmente bello. Los primeros rayos de sol
parecían danzar entre las ramas de los árboles. Pero como si fuera a causa de
una maldición provocada por algún Dios vengativo, estos pequeños rayos eran
incapaces de bajar hasta el fondo de la montaña y esto venía ocurriendo desde
el principio de los tiempos.
Al amanecer, Antonello se levantó y
salió casi corriendo al exterior para no perderse ese instante. Durante unos
minutos estuvo observando todo su alrededor. Respiró hondo al coger su maletín
y sin pensarlo más, se dirigió a la estructura.
Se quitó los guantes para poder teclear
sobre el panel en qué dirección exacta quería dirigir el gran espejo y
esperó...
Anna, poco a poco, se iba despertando.
Sentía una sensación cálida recorriéndole la cara, por un instante creyó que
todavía soñaba. Cuando alcanzó a abrir los ojos, se quedó perpleja... El sol
estaba dentro de su habitación.
En ese momento sonó su móvil y la hizo
reaccionar.
—Buenos días.
Anna estaba como en otro mundo.
Continuaba tumbada con sus manos levantadas, dejando que los rayos de sol
juguetearan con sus dedos.
—Es mi forma de decirte que te quiero...
¡Qué menos que regalarte la belleza en toda su expresión! —continuó Antonello,
susurrándole a través del teléfono.
—Eres lo más hermoso que me podía
ocurrir... —consiguió responder Anna, después de unos segundos en los que ya no
pudo más y por sus mejillas empezaron a deslizarse lágrimas de felicidad.
Beatriz Cáceres
Bonita Historia...
ResponderEliminarGracias...
EliminarSi, alguna vez si...
ResponderEliminarMuy bonita la historia que has contado...
ResponderEliminarUn cálido abrazo
Aparte de la magia que tiene este relato, resalto de él las descripciones del lugar, te hace viajar por él.
ResponderEliminarUn abrazo.
Leí tu relato cuando estaba en Italia y esa misma tarde escuche la noticia en la tele y me acordé mucho de ti, no pude decirte nada porque no me dejaba la línea la cobertura era mala malísima pero ahora puedo decirte que eres la mejor mi killa
ResponderEliminarUn besote